Caperucita Roja, de los hermanos Grimm


Caperucita Roja, de Carl Larsson

Dentro de poco subiré al blog un análisis del cuento de la Caperucita Roja. El cuento es muy conocido, pero nunca viene mal refrescar un poco la memoria. La versión de los hermanos Grimm es una de las más conocidas y, probablemente, la principal responsable de que este cuento sea tan famoso hoy en día. Además, está versión del cuento tiene una "segunda parte" que no es tan conocida...

Sin más dilación, os dejo con la versión de Caperucita Roja de los hermanos Grimm, traducida del inglés por la menda.


Caperucita Roja

Érase una vez una adorable niñita que era amada por todos los que la habían visto, pero más todavía por su abuelita, y no había nada que no le daría a la chiquilla. Una vez le dio una caperuza de terciopelo rojo, que le quedaba tan bien que nunca se ponía otra; así que siempre la llamaban “Caperucita Roja”

Un día su madre le dijo:

-Ven, Caperucita Roja, aquí hay un trozo de pastel y una botella de vino; llévaselos a tu abuelita, que está enferma y débil, y le sentarán bien. Parte antes de que haga calor, y cuando vayas, anda bien y silenciosamente y no te salgas del camino, o podrías caerte y romper la botella, y entonces tu abuelita no tendrá nada; y cuando entres en su habitación, no te olvides de decir “Buenos días”, y no fisgonees por todos las esquinas antes de hacerlo.

-Tendré mucho cuidado – le dijo la Caperucita Roja a su madre, e hizo un juramento con su mano.

La abuelita vivía en el bosque, a media legua de la aldea, y nada más Caperucita Roja entró en el bosque, un lobo salió a su encuentro. Caperucita no sabía que criatura tan malvada era, y no estaba en absoluto asustada de él. 

-Buen día, Caperucita Roja – dijo él.

-Muchas gracias, lobo.

-¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja?

-A la casa de mi abuelita.

-¿Qué tienes en tu delantal?

-Tarta y vino; ayer fue día de horneado, así que mi abuelita tiene que tomarse algo bueno, para fortalecerse.

-¿Dónde vive tu abuelita, Caperucita Roja?

-Su buen cuarto de milla más adentro del bosque; su casa se encuentra bajo los tres grandes robles, los avellanos están justo debajo; seguro que debes conocerla – replicó Caperucita Roja.

El lobo pensó para sí “¡Qué criatura tan tierna y joven! ¡Qué bocado tan agradable y blandito! Será mejor comérsela a ella que a la anciana. Debo actuar astutamente, para atraparla a las dos.” Así que caminó durante un corto tiempo al lado de Caperucita Roja, y entonces dijo:

 -Mira, Caperucita Roja, qué bonita son las flores de por aquí. ¿Por qué no echas un vistazo por los alrededores? Creo, también, que no oyes cuán dulcemente cantan los pajarillos; caminas gravemente en línea recta como si estuvieses yendo a la escuela, mientras que el resto del bosque está alegre.

Caperucita alzó la mirada, y cuando vio los rayos de sol bailando aquí y allí a través de los árboles, y bonitas flores creciendo por todas partes, pensó “Supongamos que le llevo a mi abuelita un ramillete fresco; eso también le complacería. Es tan temprano que aún llegaré a buena hora.” Y de esta forma salió corriendo desde el camino hacia el interior del bosque para buscar flores. Y cada vez que recogía una, se le figuraba que veía otra incluso más bonita a lo lejos, y corría hacia ella, y así se fue adentrando más y más en el bosque.

Mientras tanto, el lobo corrió derecho a  la casa de la abuelita y llamó a la puerta.

-¿Quién es?

-Caperucita Roja – replicó el lobo – Traigo tarta y vino; abre la puerta.

-Levanta el pestillo – gritó la abuelita – Estoy demasiado débil y no puedo levantarme.

El lobo levantó el pestillo, la puerta se abrió de par en par y, sin decir una palabra, se fue directo a la cama de la abuelita y la devoró. Entonces se puso sus ropas, se tocó con su caperuza, se tumbó en la cama y corrió las cortinas.

Caperucita Roja, sin embargo, había estado corriendo y cogiendo flores y, cuando reunió tantas que ya no podía llevar ninguna más, se acordó de su abuelita y emprendió camino hacia ella.

Le sorprendió encontrar la puerta de la cabaña abierta y, cuando se internó en el cuarto, le asaltó un sentimiento tan extraño que se dijo a sí misma “¡Oh, vaya! Qué inquieta me siento hoy, y otras veces me gusta tanto estar con mi abuelita” Caperucita gritó “¡Buenos días!”, pero no recibió respuesta; así que fue a la cama y descorrió las cortinas. Allí yacía su abuela con su cara bien cubierta por la caperuza, y con un aspecto muy extraño.

-¡Oh, abuelita – dijo - ¡Qué orejas tan grandes tienes!

-Para oírte mejor, hija mía – fue la respuesta.

-¡Pero, abuelita, qué ojos tan grandes tienes!

-Para verte mejor, querida.

-¡Pero, abuelita, qué manos tan grandes tienes!

-Para abrazarte mejor.

-¡Oh! ¡Pero, abuelita, que boca tan terrible y grande tienes!

-¡Para comerte mejor!

Apenas terminó el lobo de decir esto, que de un salto estaba ya fuera de la cama y se tragó a Caperucita Roja.

Cuando el lobo hubo apaciguado su apetito, se tumbó de nuevo en la cama, se quedó dormido y empezó a roncar de forma muy ruidosa. El cazador estaba en ese momento pasando cerca de la casa, y pensó para sí “¡Cómo ronca la anciana! Debo averiguar si quiere alguna cosa.” Así que se internó en el cuarto y, cuando llegó a la cama, vio que el lobo yacía sobre ella.

-¡Aquí te encontré, viejo pecador! – dijo él – ¡Por largo tiempo te he buscado!

Entonces, justo cuando iba a dispararle, se le ocurrió que el lobo podría haber devorado a la abuelita y que aún podría ser salvada, así que no disparó, pero tomó un par de tijeras y empezó a cortar el estómago del lobo durmiente. Cuando hubo dado dos tijeretazos, vio la brillante Caperuza Roja y entonces dio dos tijeretazos más, y la chiquilla salió de un salto, gritando:

-¡Oh, cuanto miedo he tenido! Qué oscuro estaba dentro del lobo.

Y después de eso la anciana abuelita también salió con vida, pero respirando a duras penas. Caperucita, sin embargo, rápidamente fue a buscar grandes piedras con las que llenaron el cuerpo del lobo, y cuando éste despertó, quiso salir corriendo, pero las piedras eran tan pesadas que se cayó al momento, y cayó muerto.

Entonces los tres se sintieron encantados. El cazador extrajo la piel del lobo y se la llevó a casa; la abuelita se comió la tarta y se bebió el vino que había traído Caperucita y se sintió mucho mejor, pero Caperucita pensó para sí “Mientras viva, nunca abandonaré el camino yo sola, para correr por el bosque, cuando mi madre me ha prohibido hacerlo”.

También se relata que, una vez, cuando Caperucita estaba de nuevo llevando tarta a la anciana abuelita, otro lobo le habló y la tentó para que se alejase del camino. La Caperucita, sin embargo, estaba en guardia y siguió su camino recto hacia adelante, y le contó a su abuelita que se había encontrado con el lobo, y que le había dicho “¡Buenos días!”, pero con una mirada tan perversa, que estaba segura de que, de no estar en una carretera pública, se la habría comido.

-Bueno – dijo la abuelita – Cerraremos la puerta, para que no pueda entrar.

Poco tiempo después el lobo llamó y gritó:

-Abre la puerta, abuelita, soy la Caperucita Roja y te traigo algo de tarta.

Pero ellas no dijeron nada, ni abrieron la puerta, así que el viejo diablo se paseó dos o tres veces alrededor de la casa y al final saltó al tejado, con la intención de esperar hasta que Caperucita volviese a casa por la tarde, y entonces ir tras ella y devorarla en la oscuridad. Pero la abuelita vio lo que estaba en sus pensamientos. Frente a la casa había un gran canal de piedra, así que le dijo a la niña:

-Coge el cubo, Caperucita; hice algunas salchichas ayer, así que lleva el agua en que las cociné al canal.

Caperucita llevó agua hasta que el gran canal estuvo bastante lleno. Entonces el olor a salchicha alcanzó al lobo y éste olfateó y se asomó abajo y, finalmente, estiró el cuello tan lejos que no pudo mantener el equilibro y empezó a resbalarse, y se resbaló desde el tejado derecho al gran canal y se ahogó. Pero la Caperucita Roja se fue alegremente a su casa, y nunca hizo nada que perjudicase a nadie.


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