Blancanieves y los siete enanitos
Os hago una traducción de este cuento, para que podáis compararlo con la versión de Disney, y porque la semana que viene publicaré el análisis de este cuento. ¡Espero que os guste!
Blancanieves y los siete enanitos
Hace mucho, mucho tiempo, en pleno invierno, cuando los copos de nieve caían como plumas desde el cielo, una reina estaba sentada en una ventana mientras cosía, y el marco de la ventana estaba hecho con ébano negro. Y mientras cosía y miraba la nieve por la ventana, se pinchó el dedo con la aguja, y tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve. Y el rojo se veía tan bonito sobre la nieve blanca, que pensó para sus adentros “Ojalá tenga una hija tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre, y tan negra como la madera del marco de la ventana."
Al poco tiempo tuvo una hijita, que era tan blanca como la
nieve, tan roja como la sangre, y su pelo era tan negro como el ébano; y en consecuencia fue llamada Blancanieves.
Y cuando la niña nació, la Reina murió.
Al transcurso de un año, el Rey tomó otra esposa. Era una
bella mujer, pero orgullosa y altanera, y no podía soportar que nadie más la
superase en belleza. Tenía un espejo de aspecto maravilloso, y cuando se miraba
en él, ella decía…
Espejito, espejito en la pared,
la más hermosa, ¿quién es?
El espejo le respondía…
Entonces se quedaba satisfecha, porque sabía que el espejo
no mentía.
Pero Blancanieves estaba creciendo, y se volvía más y más
hermosa; y cuando alcanzó los siete años de edad, era tan hermosa como el día,
y más hermosa que la Reina misma. Y una vez, cuando la Reina le preguntó a su
espejo…
Espejito, espejito en la pared,
la más hermosa, ¿quién es?
Le respondió...
Eres, mi Reina, la más hermosa de quienes estamos aquí
Pero Blanca Nieves es incluso más hermosa, eso es así.
Entonces la Reina se quedó comocionada, y se tornó amarilla
y verde de envidia. Desde ese momento, cada vez que miraba a Blancanieves, su
corazón se sacudía en su pecho, así de grande era su odio hacia la chica.
Y la envidia y el orgullo crecieron más y más en su corazón
como la mala hierba, de forma que no encontraba la paz ni de día ni de noche.
La Reina llamó a un cazador, y le dijo:
-Llévate a la niña al bosque; quítala de mi vista. Mátala, y
tráeme su corazón como prenda.
El cazador obedeció, y se la llevó lejos; pero cuando había
sacado su cuchillo, y estaba a punto de perforar el inocente corazón de
Blancanieves, ésta empezó a llorar, y dijo:
-¡Ah, querido cazador, déjame vivir! Me marcharé al salvaje
bosque, y nunca más volveré a casa.
Y como era tan hermosa, el cazador se apiadó de ella y dijo:
-Huye, entonces, pobre niña.
“Las bestias salvajes pronto te devorarán” pensó él, y aún
así parecía como si una roca hubiese sido levantada en su corazón porque ya no
tenía necesidad de matarla. Y justo en ese momento, cuando un jabalí joven pasó
corriendo cerca suya, él lo apuñaló y le arrancó el corazón, para llevárselo a
la Reina como prueba de que la niña estaba muerta.
Pero ahora la pobre niña estaba sola en el gran bosque, y
tan aterrada que miraba cada hoja de cada árbol, sin saber qué hacer. Entonces
empezó a correr, y corrió sobre piedras afiladas y a través de espinas, y las
bestias salvajes se cruzaban con ella, pero no le hacían ningún daño. Corrió
tanto tiempo como sus pies se lo permitieron casi hasta el atardecer; entonces
vió una pequeña cabaña y entró en ella para descansar. Todo en la cabaña era
pequeño, pero más ordenado y limpio de lo que pueda describirse. Había una mesa
con una cobertura blanca encima, y siete pequeños platos, y en cada plato una
pequeña cuchara; además, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete
pequeñas jarras. Contra el muro se encontraban siete pequeñas camas una junto a la otra, cubiertas con colchas tan blancas como la nieve.
La pequeña Blancanieves tenía tanta hambre y sed que se comió algo de verdura y pan de cada plato y se bebió un trago de vino de cada jarra, ya que no quería tomarlo todo de sólo una. Entonces, como estaba tan cansada se tumbó en una de las pequeñas camas, pero ninguna se ajustaba a ella; una era demasiado larga, otra demasiado corta, pero finalmente encontró que la séptima cama era adecuada, así que se quedó en ella, dijo una oración y se fue a dormir.
Cuando estaba bastante oscuro los dueños de la cabaña volvieron; eran siete enanitos que cavaban y ahondaban las montañas en busca de oro. Encendieron siete velas, y como ahora había luz dentro de la cabaña vieron que alguien había pasado por allí, porque todo no estaba en el mismo lugar en que lo habían dejado.
-¿Quién ha estado comiendo de mi plato? – dijo el segundo.
-¿Quién ha estado tomando de mi pan? – dijo el tercero.
-¿Quién ha estado comiendo mis verduras? – dijo el cuarto.
-¿Quién ha estado usando mi tenedor? – dijo el quinto.
-¿Quién ha estado cortando con mi cuchillo? – dijo el sexto.
-¿Quién ha estado bebiendo de mi jarra? – dijo el séptimo.
El primero investigó los alrededores y vio que su cama estaba deshecha, y dijo:
-¿Quién se ha estado acostando en mi cama?
Los otros llegaron y cada uno de ellos gritó:
-Alguien ha estado en mi cama también.
Pero el séptimo, cuando miró a su cama, vio a la pequeña
Blancanieves dormida allí. Y llamó a los otros, que vinieron corriendo, y gritaron
con asombro, y acercaron sus siete pequeñas velas y dejaron que la luz cayera
sobre la pequeña Blancanieves.
-¡Oh, cielos! ¡Oh, cielos! – gritaron - ¡Que niña más
adorable!
Y se alegraron tanto que no la despertaron, sino que la
dejaron dormir en la cama. Y el séptimo enano durmió con sus compañeros, una
hora con cada uno, y así pasó la noche.
Cuando llegó la mañana la pequeña Blancanieves despertó, y
se asustó cuando vio a los siete enanitos. Pero ellos fueron amigables y le
preguntaron su nombre.
-Mi nombre es Blancanieves –respondió ella.
-¿Cómo has llegado a nuestra casa? – preguntaron los
enanitos.
Entonces les contó que su madrastra había ordenado que la
asesinaran, pero que el cazador le había perdonado la vida, y que ella había
estado corriendo todo el día, hasta que finalmente había encontrado su morada.
Los enanitos dijeron:
-Si cuidas de nuestra casa, cocinas, haces las camas,
limpias, coses y tejes, y si mantienes todo limpio y ordenado, puedes quedarte
con nosotros y no te faltará de nada.
-Acepto – dijo Blancanieves-, con todo mi corazón.
Y se quedó con ellos. Ella les mantenía la casa ordenada; por
la mañana ellos iban a las montañas y buscaban cobre y oro, por la tarde
volvían, y entonces la cena tenía que estar preparada. La chica estaba sola
todo el día, así que los enanitos le adivirtieron y dijeron:
-Ten cuidado con tu madrastra, pronto sabrá que estás aquí;
asegúrate de no dejar entrar a nadie.
Pero la Reina, creyendo que había comido el corazón de
Blancanieves, no podía evitar pensar que ella era otra vez la primera y más
bella de todas; y fue a su espejo y dijo…
Espejito, espejito en la pared,
la más hermosa, ¿quién es?
Y el espejo respondió…
Oh, mi Reina, eres la mujer más bella que puedo ver,
Pero tras las colinas, donde los enanos habitan,
Blancanieves permanece todavía sana y viva,
Y que esta dulce muchacha, nadie más hermosa es.
Entonces se quedo asombrada, pues sabía que el espejo nunca
hablaba falsamente, y supo que el cazador le había traicionado, y que la
pequeña Blancanieves aún estaba viva.
Así que pensó y pensó otra vez en como podría matarla, pues
mientras no fuese la mas hermosa del reino, la envida no le daría descanso. Y
cuando finalmente pensó en algo que hacer, se pintó la cara, y se vistió como
una vendedora ambulante anciana, y nadie podría haberla reconocido. Con este
disfraz atravesó las siete montañas hacia los siete enanitos, y llamó a la
puerta y gritó:
-Tengo cosas bonitas. Baratas, baratas.
La pequeña Blancanieves se asomó a la ventana y gritó:
-Buenos días, buena mujer, ¿qué tienes en venta?
-Cosas buenas, cosas baratas – respondió-. Corsets de todos
los colores.
Y sacó uno que estaba hecho de seda de brillantes colores.
“Podría dejar que entrara la respetable anciana”, pensó
Blancanieves, y abrió el cerrojo de la puerta y compró los bonitos corsets.
-Niña –dijo la anciana-. Que mal aspecto tienes; ven, te voy
a atar el corset en condiciones.
Blancanieves no sospechó nada, sino que se colocó delante suya,
y dejó que le atará con el nuevo corset. Pero la anciana la ató tan rápido y
tan fuertemente que Blancanieves perdió la respiración y se cayó al suelo como
si estuviese muerta.
-Ahora soy la más hermosa-dijo para sí la Reina, y huyó.
Poco después, por la tarde, los siete enanitos volvieron a
casa, pero se quedaron conmocionados al ver a su querida Blancanieves tumbada
en el suelo, sin revolverse ni moverse, como si estuviese muerta. La
levantaron y, como vieron que estaba atada con demasiada fuerza, cortaron el
corset; entonces empezó a respirar un poco, y después de un rato volvió a la
vida de nuevo. Cuando los enanitos escucharon lo que había pasado dijeron:
-La vendedora ambulante anciana no era otra que la malvada Reina; ten cuidado y no dejes que nadie entre cuando no estemos contigo.
Espejito, espejito en la pared,
la más hermosa, ¿quién es?
Y él respondió como antes…
Oh, mi Reina, eres la mujer más bella que puedo ver,
Pero tras las colinas, donde los enanos habitan,
Blancanieves permanece todavía sana y viva,
Y que esta dulce muchacha, nadie más hermosa es.
Cuando escuchó eso, toda su sangre se dirigió a su corazón
debido al miedo, pues veía claramente que la pequeña Blancanieves estaba otra
vez con vida.
-Pero ahora –dijo ella- pensaré en algo que habrá de terminar contigo.
Y con la ayuda de la hechicería, que ella controlaba, creó
un peine venenoso. Entonces se disfrazó y tomó la forma de otra anciana. Así se
dirigió a las siete montañas de los siete enanitos, llamó a la puerta, y gritó:
- Tengo cosas bonitas. Baratas, baratas.
La pequeña Blancanieves se asomó y dijo:
-Márchate; no puedo dejar entrar a nadie.
-Supongo que puedes mirar –dijo la anciana, y sacó el peine
venenoso y lo sostuvo en alto.
A la niña le complació tanto que se dejó engañar, y abrió la
puerta. Cuando cerraron el negocio la anciana dijo:
-Ahora voy a peinarte en condiciones.
La pobrecita Blancanieves no tenía la menor sospecha, y dejó
que la anciana hiciera lo que quisiese, pero nada más colocó el peine en su
pelo el veneno surtió efecto, y la niña cayó al suelo sin sentido.
-Tú, parangón de belleza –dijo la malvada mujer- estás
acabada ahora.
Y se marchó.
Pero por suerte ya casi había llegado la tarde, cuando los
siete enanitos llegaban a casa. Cuando vieron a Blancanieves tumbada en el suelo como muerta, al momento sospecharon de su madrastra, y ellos miraron y
encontraron el peine envenenado. Nada más lo sacaron Blancanieves volvió en
sí, y les contó lo que había ocurrido. Entonces le adviertieron una vez más
que se mantuviese en guardia y que no abriese la puerta a nadie.
La Reina, en su casa, fue frente al espejo y dijo…
Espejito, espejito en la pared,
la más hermosa, ¿quién es?
Y él respondió como antes…
Oh, mi Reina, eres la mujer más bella que puedo ver,
Pero tras las colinas, donde los enanos habitan,
Blancanieves permanece todavía sana y viva,
Y que esta dulce muchacha, nadie más hermosa es.
Cuando escuchó lo que dijo el espejo tembló y se estremeció
con rabia:
-¡Blancanieves morirá –gritó-, incluso si me cuesta la vida!
Por tanto se introdujo una habitación bastante secreta y
solitaria, donde nadie iba jamás, y allí creó una manzana muy venenosa. En el
exterior lucía hermosa, blanca con piel roja, de forma que todos cuantos la
veían querían probarla; pero quienquiera que comiese un trozo moriría con toda
seguridad.
Cuando la manzana estuvo lista se pintó la cara, y se vistió
como una campesina, y de esta guisa ascendió las siete motañas de los siete
enanos. Llamó a la puerta. Blancanieves sacó la cabeza por la ventana y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los siete enanitos me lo han
prohibido.
-No importa – respondió la mujer-. Pronto tendré que
deshacerme de mis manzanas. Toma, te daré una de ellas.
-No –dijo Blancanieves-. No me atrevo a tomar nada.
-¿Te asusta que esté envenenada?-dijo la mujer-. Mira,
partiré la manzana en dos partes. Tú comerás la roja, y yo la blanca.
La manzana estaba tan ingeniosamente creada que sólo la
parte roja estaba envenenada. Blancanieves anhelaba comer la apetitosa manzana,
y cuando vio que la mujer comió parte de ella no pudo resistir más, y extendió
su mano y tomó la mitad envenenada. Pero nada más tomó un bocado en su boca
cayó muerta. Entonces la reina la observó con una terrible mirada, y se rió
ruidosamente y dijo:
-¡Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el
ébano! Esta vez los enanos no podrán despertarte de nuevo.
Y cuando le preguntó al espejo en su casa…
Espejito, espejito en la pared
La más hermosa, ¿quién es?
Respondió al fin…
¡Tú, oh Reina! ¡Nadie más hermosa es!
Entonces su envidioso corazón se relajó, tanto como un
corazón envidioso puede llegar a relajarse.
Los enanitos, cuando llegaron a casa por la tarde,
encontraron a Blancanieves tirada en el suelo; ya no respiraba, estaba muerta.
La levantaron, miraron por si podían encontrar algo venenoso, la desataron, le
peinaron el cabello, le lavaron la cara con agua y vino, pero nada funcionó; la
pobre niña estaba muerta, y muerta permaneció. La tumbaron en un féretro, y los
siete enanitos se sentaron a su alrededor y lloraron por ella, y lloraron durante tres
días.
Entonces se dispusieron a enterrarla, pero todavía lucía
como si estuviese con vida, y todavía tenía sus bonitas mejillas rojas.
Dijeron:
-No podemos enterrarla en el oscuro suelo.
Y mandaron hacer un ataúd de cristal, para que pudiese
vérsela desde todos los ángulos, y la tumbaron en él, y escribieron sobre él
cuál era su nombre con letras doradas, y que era la hija de un rey. Entonces
colocaron el ataúd en la montaña, y uno de ellos siempre se quedaba a su lado y
lo vigilaba. Y los pájaros vinieron también, y lloraron por Blancanieves;
primero un búho, luego un cuervo, y por último una paloma.
Y desde ese momento Blancanieves permaneció un largo, largo tiempo en el ataúd, y no cambió, sino que parecía estar como dormida; pues era tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre, y su cabello era tan negro como el ébano.
Sucedió, sin embargo, que el hijo de un rey se adentró en el bosque, y fue a la casa de los enanitos para pasar la noche. Vio el ataúd en la montaña, y a la hermosa Blancanieves dentro de él, y leyó lo que allí estaba escrito en letras doradas. Entonces dijo a los enanitos:
-Entregadme el ataúd, y os daré cualquier cosa que queráis a
cambio.
Pero los enanitos respondieron:
-No nos separaremos de él ni por todo el oro del mundo.
Entonces él dijo:
-Dádmelo como un regalo, pues no puedo vivir sin ver a
Blancanieves. La honraré y la atesoraré como mi más preciada posesión.
Ya que habló de ese modo los buenos enanitos se apiadaron de
él, y le dieron el ataúd.
Y entonces el hijo del Rey hizo que sus sirvientes lo
llevaran sobre sus hombros. Y ocurrió que se tropezaron con el tocón de un
árbol, y con la sacudida el trozo de manzana venenosa que Blancanieves había
mordido salió de su garganta. Y en nada de tiempo abrió sus ojos, levantó la
tapa del ataúd, se sentó y revivió de nuevo.
-Oh, cielos, ¿dónde estoy?-gritó ella.
El hijo del Rey, lleno de alegría, dijo: “Estás conmigo”, y
le contó lo que había sucedido, y dijo:
-Te amo más que a nada en este mundo; ven conmigo al palacio
de mi padre, tú serás mi esposa.
Y Blancanieves estaba dispuesta, y fue con él, y su boda se
celebró con gran espectáculo y espledor. Pero la malvada madrastra de
Blancanieves también fue invitada al banquete. Tras haberse colocado encima
hermosas ropas se fue frente al espejo y dijo...
Espejito, espejito en la pared
La más hermosa, ¿quién es?
Y el espejo respondió…
Eres, mi Reina, la más hermosa de quienes estamos aquí
Pero la joven Reina es incluso más hermosa, eso es así.
Entonces la malvada mujer profirió una palabrota, y se
sentía tan desdichada, tan absolutamente desdichada, que no supo qué hacer. En
un principió resolvió no acudir a la boda para nada, pero no se quedó
tranquila, así que tuvo que ir para ver a la joven Reina. Y cuando entró
reconoció a Blancanieves; se quedó paralizada de rabia y miedo, y no podía
moverse. Pero unos zapatos de hierro ya habían sido puestos dentro del fuego, y
los trajeron con unas tenazas, y los colocaron frente a ella. Entonces le
obligaron a colocarse los zapatos al rojo vivo, y a bailar hasta caer.
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